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Ejulve organiza la IV Fiesta del Chopo Cabecero
Con el objetivo de reconocer la contribución del chopo cabecero al paisaje del Sur de Teruel, la localidad de Ejulve acogerá el 20 de octubre la IV fiesta dedicada a este árbol.
Hará hincapié en la cultura tradicional, la vida silvestre y las bellas estampas otoñales que genera el chopo. José Manuel Salvador, miembro de la plataforma Nuestros montes no se olvidan, indicó que el objetivo de esta fiesta es la sensibilización de la población hacia los problemas de abandono que está sufriendo este chopo. Por eso, la organización llevará a cabo una exhibición de poda. La jornada, que arranca a las 10.00, incluirá excursiones por la ribera del Guadalopillo, exposiciones y charlas. Los participantes también disfrutarán de una comida de hermandad.
El cierre de la fiesta lo pondrá la entrega del galardón Amigos del chopo cabecero a la asociación Aguilar Natural por su trabajo en la conservación y difusión de estos árboles en el valle del Alfambra.
La fiesta también servirá para reivindicar la reforestación de las zonas incendiadas durante el verano de 2009. Al respecto, Salvador criticó que más de un año después de la retirada de la madera quemada, la DGA aún no ha puesto en marcha los planes de reforestación que prometió.
Además, se criticó que no se haya tenido en cuenta la participación de los habitantes del territorio para llevar a cabo esos planes. Por eso, y hartos de solicitarlo, la plataforma Nuestros montes no se olvidan ha tomado la determinación de comenzar las tareas de replantado mediante la colaboración voluntaria. «Antes de que finalice el año crearemos una mesa de trabajo para perfilar nuestros planes», explicó Salvador. Estos deben estar bien definidos, puesto que la climatología y el contexto de sequía puede hacer fracasar la iniciativa.
El chopo cabecero, en peligro
La acumulación de chopos cabeceros en el Sur de Teruel es un paisaje único en todo el mundo. Pero está en grave peligro. Sólo quedan unos 100.000 chopos cabeceros. Una variedad de álamo negro cuyo aspecto es el resultado de siglos de aprovechamiento por parte del hombre para construir vigas, conseguir calor y forraje. Los cambios socioeconómicos en el mundo rural, el fin de los usos tradicionales, y el abandono del chopo cabecero hace que éste pueda desaparecer en unos 40 años por falta de mantenimiento.
La única solución para evitarlo es el aprovechamiento industrial sistemático de su madera. En ese sentido, el chopo cabecero necesita la poda regular de sus ramas cada diez años. De lo contrario, el peso puede afectar a su tronco. Su sistema de raíces tampoco es suficiente para el extenso ramaje. Además, es propenso a sufrir enfermedades por falta de limpieza, y por el descenso del nivel freático debido a la reducción en el caudal de los ríos.
Por el momento, su explotación económica es una idea que no ha seducido a muchos propietarios. El precio de la madera de chopo por metro cuadrado ronda los 50 euros, frente a los 55 euros del pino; los 90 del roble o los 185 del castaño. Por eso, son escasos los ejemplos de aprovechamiento maderero. «Por desgracia, no tiene una rentabilidad directa», aseveró Chabier de Jaime, experto en este tipo de árbol, desde el Centro de Estudios del Jiloca.
No obstante, la situación económica y las nuevas oportunidades de negocio pueden suponer una válvula de escape para esta crítica situación. Es el caso de la posible instalación de la empresa Foresta Capital. Está previsto que ponga en marcha en Andorra una planta de biomasa asociada al cultivo y explotación de los chopos capaz de generar 20 megawatios, y alrededor de 200 empleos.
Tradicionalmente se ha entendido que la madera de chopo no es especialmente apta para producir energía. Esta variedad de álamo crece muy rápido, lo que se traduce en una madera de baja densidad. Sin embargo, su poder calorífico, es decir, la cantidad de calor desprendido por unidad de peso al entrar en combustión, es de 4.022 kcal/kg. No es una cifra muy inferior al de otras maderas de árboles mas reconocidos, como la carrasca (4.548 kcal/kg).
Por eso, De Jaime aplaudió este tipo de iniciativas, e incluso urgió a la DGA a buscar soluciones que hagan más atractiva la explotación de estos árboles para sus propietarios. Por ejemplo, incentivar las ayudas agroambientales de la Unión Europea. Se trata de un tipo de subvención que pueden solicitar los agricultores por diferentes motivos: protección de arbolado no productivo; generación de corredores biológicos; u otros de nueva creación.
La escamonda
Desde el Centro de Estudios Ambientales Ítaca de Andorra, Olga Estrada apunta una nueva salida, precisamente relacionada con la tan necesaria poda. No es una operación comparable a las talas. De hecho, parte de la indiosincrasia del chopo cabecero resulta de haberse podado sus ramas a una altura suficiente como para alejar los nuevos brotes del alcance del ganado. Así, la poda, o escamonda, debe realizarse unos dos metros de altura. «No hay muchos profesionales que sepan realizar correctamente la escamonda», explicó Estrada. Llevar a cabo cursos de aprendizaje para después trabajar como escamochador puede ser una posibilidad de empleo ligada a la supervivencia del chopo cabecero.
Otra vía es el uso de un ecosistema tan singular como reclamo turístico. Al igual que en la comarca del Matarraña se ha apostado por el paisaje como motor económico, en el Alto Alfambra se reividica la puesta en marcha de un parque cultural del chopo cabecero, que bien pudiera extenderse a otras zonas ricas en esta especie, como el Maestrazgo.
Además, este chopo es clave en el mantenimiento de la biodiversidad en los ecosistemas de ribera. Según las investigaciones del Centro de Estudios del Jiloca, en un solo trozo de madera muerta se encuentran 260 especies de insectos coleópteros. «Es una cifra mayor que el número de aves que nidifican en España», señaló De Jaime. Asimismo, los chopos más antiguos, algunos centenarios, poseen un tronco muy grueso, con oquedades que permiten el cobijo para la fauna silvestre.