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Los últimos vecinos de Montoro de Mezquita

Hay veces que luchar por los sueños supone un duro sacrificio que vale la pena. Si no, que se lo pregunten a Mari Carmen Olague y José Luis Lagares, dos de los pocos vecinos que «resisten» en el olvidado municipio de Montoro de Mezquita.


Enviada por: Lucía - Fecha: 06-08-2013 12:52:42

Entre el agreste entorno y los deficientes accesos a esta pedanía de Villarluengo, la familia de Mari Carmen y José Luis hace verdaderos malabarismos para sobreponerse a las dificultades del medio rural.


La primera y principal con la que tienen que lidiar desde septiembre hasta junio es la de la escolarización de sus dos hijos. El mayor, Andrés, tiene 13 años y cursa la ESO en el IES Damián Forment de Alcorisa. Para poder llegar hasta el centro, tanto sus padres como él se levantan cada día a las 6.00 y salen de casa a las 7.15. Mari Carmen y José Luis dejan a Andrés en Ejulve, desde donde el joven coge el autobús que le lleva al instituto alcorisano.

Tras esta operación, el matrimonio regresa a Montoro para recoger a su hija menor, Alba, de 11 años. Asiste al colegio de primaria de Ejulve, así que la familia realiza el mismo trayecto otra vez. Pero aquí no finaliza su aventura diaria. Cuando los niños salen de la escuela, Mari Carmen y José Luis deben volver a Ejulve a por Alba porque no hay servicio de comedor. Los tres comen en una casa que tienen alquilada en este municipio y esperan a Andrés, que llega un poco más tarde con el autobús que devuelve a los alumnos de secundaria desde Alcorisa.

En lo que el mayor de sus hijos acaba de comer, Alba asiste a las últimas clases por la tarde y finaliza su jornada en el colegio de Ejulve. Es entonces cuando la familia al completo puede volver de nuevo a su pueblo. Montoro de Mezquita vuelve a dar la bienvenida a Mari Carmen, José Luis, Andrés y Alba, sus más fieles pobladores. Los únicos que están dispuestos a reírse de todas las dificultades que supone vivir en el medio rural para impedir que la pedanía muera.

Enamorada de Montoro
Mari Carmen Olague nació y creció en Zaragoza. Explica que no tiene ningún tipo de vínculo familiar con el pueblo pero que lo conoció porque su vecino se había criado en Montoro. «En aquellos años no todo el mundo tenía coche y mi padre le hizo el favor a nuestro vecino de llevarlo al pueblo unas cuantas veces». Fue durante esas cortas estancias cuando Mari Carmen se enamoró de Montoro y tomó la decisión de trasladarse a vivir allí costara lo que costara.

Poco después de casarse con José Luis, natural de Ejulve, cumplió su sueño. De eso hace ya 20 años. Cuando se trasladaron al pueblo, Montoro no tenía luz corriente ni teléfono. «Contábamos con un generador que llevaron al molino después de la Guerra Civil y que proporcionaba luz una hora al día, por la noche». El resto del tiempo, la localidad era el sitio ideal para disfrutar de la belleza de una noche estrellada.

La situación cambió en 1997, cuando una subvención del Instituto Aragonés de Fomento permitió llevar la luz hasta el municipio. En aquel año se celebró una de las primeras celebraciones en años. Se la llamó fiesta de la luz. Algo parecido sucedió al cabo de dos años cuando Montoro consiguió la línea de telefonía fija. Los vecinos de la localidad celebraron entonces la fiesta del teléfono.

A raíz de estas celebraciones, los vecinos organizan un día de fiestas durante el verano. En las de este año, se prevé que se recupere un baile tradicional del Maestrazgo que antaño bailaban los vecinos que vivían en el pueblo. Pese a que la población de Montoro es muy reducida durante el año, en fines de semana y veranos aumenta el número de vecinos.

Deja vu
Los jóvenes Andrés y Alba no lo recuerdan pero cuando sus padres empezaron a instalarse en Montoro de Mezquita el municipio contaba con 22 vecinos. Poco a poco, los más mayores han ido desapareciendo y los pocos jóvenes marcharon definitivamente para buscar un lugar con más oportunidades. No ha habido relevo generacional. Las malas comunicaciones por carretera y la imposibilidad de realizar una actividad agrícola por el agreste entorno de Montoro ha condenado a este municipio a la práctica desaparición. «La verdad es que da mucha pena», reconoce Mari Carmen. Si su familia abandona el pueblo, Montoro queda prácticamente deshabitado.

En los últimos meses, la familia está reviviendo una de las decisiones políticas que condenó al pueblo. En los años setenta, Montoro de Mezquita renunció a su autonomía política y pasó a depender de Villarluengo. Fue en ese contexto de reagrupación de servicios en pueblos que entonces eran más grandes cuando el colegio de Montoro de Mezquita cerró sus puertas para no volverlas a abrir nunca más. Mari Carmen lamenta las decisiones que se tomaron hace cuatro décadas y teme que la situación se vuelva a repetir con los pueblos que en aquel contexto se salvaron del ataque frontal de la administración. Es el caso de Ejulve, donde han estudiado sus hijos.

Tal y como Educación ha planteado las ratios para los próximos años, el colegio de este municipio podría correr el riesgo de cerrar sus puertas si no se modifican los criterios. Hay varios niños que, como su hija Alba, terminarán la enseñanza primaria y deberán ir al instituto y no se prevé que sus asientos vacíos sean ocupados por pequeños de Infantil 3 años. Pese a todo, la familia resiste. Solo su empeño salvará a Montoro de Mezquita de una muerte anunciada.